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La holgazanería en Cuba

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Esta nota apreció en Granma, periódico oficial del estado cubano. Resulta interesante que se catalogue la holgazanería como un mal ideológico, más que un síntoma de un  problema en la administración del estado asistencial. Cualquier similitud con lo que acontece en Puerto Rico, un país que anda muy lejos del socialismo, es pura coincidencia.
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Lunes 12 de enero de 2009

El holgazán: un peligro ideológico

PASTOR BATISTA VALDÉS

LAS TUNAS.- Estadísticas de Trabajo y Seguridad Social en la provincia dan cuenta de que unos 26 700 tuneros fueron empleados o incorporados a diferentes puestos durante el pasado año.

¿MERECIDO DESCANSO O INMERECIDA HOLGAZANERÍA?

De ellos, más de 6 800 son jóvenes que no tenían vínculo socialmente útil, además de otras 9 208 personas que tampoco trabajaban, unos 1 287 procedentes de centros de reeducación, más de 2 400 egresados de la enseñanza técnico profesional, 3 603 beneficiados por los cursos de superación integral…

Esas cifras expresan la integración entre organismos y el empeño general del territorio en función del pleno empleo y de que todos los ciudadanos aporten a la sociedad.

Aun así, ni aquí ni en otras provincias son todos los que están (en el trabajo), ni están todos los que pudieran y debieran (trabajar).

Ese es uno de los problemas que daña a la economía, agravado por la “tranquilidad” con que en algunos lugares se siguen manifestando la indisciplina laboral, la impuntualidad, el no aprovechamiento óptimo de la jornada, la falta de rigor y de exigencia.

Es obvio que si todos esos ciudadanos (inactivos) estuvieran vinculados cada día a formas concretas de empleo, el saldo productivo y económico fuese mayor para la nación.

Pero el daño que ocasiona ese segmento apático de población va más allá.

Durante estos cruciales años, el Estado cubano ha mantenido, sin distinción o diferencia alguna, a esas personas (entiéndase garantía de canasta básica de alimentos, salud, educación, otros servicios, seguridad, derecho a todos los derechos¼ ) y, aun cuando son una pesada carga improductiva que nada o muy poco aportan, la Revolución no se ha derrumbado por razones económicas ni ha perdido su fuerza.

El peligro fundamental, quizás un poco más solapado pero latente, puede estar en el terreno ideológico.

La presencia de individuos que jamás sudan la camisa y, en cambio, viven mejor que quienes trabajan de sol a sol, irrita al laborioso, al digno y acaba por moldear un razonamiento muy dañino para la conciencia, mediante el cual algunos se preguntan: ¿De qué vale trabajar si los vagos viven igual o mejor que yo?

Ese perjuicio -ideológico- puede cobrar dimensiones más peligrosas aún mediante la huella que deja en la propia familia.

Difícilmente en el hijo de ese sujeto aniden y se manifiesten mañana sentimientos y convicciones de identificación con el trabajo, si desde la infancia ha percibido beneficios (y hasta privilegios) superiores incluso a otros compañeritos de estudio, gracias a la supuesta “inteligencia” de un padre que sin doblar la cintura ni sudar la ropa “tiene de todo”.

El efecto sobre las actuales y futuras generaciones puede ser irreparable si entre todos (instituciones estatales, organizaciones políticas y de masas, familia, escuela, autoridades del orden y ciudadanos honestos) no enfrentamos a tiempo esa “enfermedad” cuyos síntomas afloran en estudios como los realizados por el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, donde consta que el empleo ha pasado a ser la quinta opción (si acaso) entre las aspiraciones de los jóvenes consultados.

A quienes así piensan valdría la pena preguntarles: ¿Si no aspiras a trabajar, de qué vas a vivir entonces?

La respuesta se torna obvia: del sudor ajeno… del Estado.

También cabe preguntarse: ¿Es esa mentalidad consustancial a la esencia humana e ideológica de nuestro socialismo?

Claro que no. La función del trabajo en la formación del Hombre quedó demostrada por la historia desde hace siglos. Su valor como fuente generadora de riquezas es un hecho irrefutable.

Tal vez ignora el holgazán cuánto daño le hace a sus hijos (y a sí mismo) creyéndose el más astuto y actuando como parásito.

Molesta saber que el zángano (casi siempre con “algo” mal habido en el bolsillo y en la mente) impone precios a la sociedad y “caldea la situación”, ofrece por cualquier servicio lo que el maestro o el obrero no pueden dar, soborna impunemente, desdeña a los demás, se cree superior, se enrola en cualquier componenda turbia y hasta le hace juego al mercenario interno, al enemigo exterior…

Esas son manifestaciones y peligros reales de una deformación ideológica que no podemos legarles a hijos, nietos y vecinos. El hombre piensa como vive -nos enseñaron en el aula. ¿Acaso pueden pensar igual quienes cada día se entregan a diferentes faenas en sus centros laborales, y aquellos que pretenden seguir viviendo sin trabajar?

Decididamente, no.